Kinatay

Al respecto de lo comentado en el penúltimo post, quisiera recomendarles encarecidamente el film “Kinatay”, obra del realizador filipino Brillante Mendoza. Se trata de un ejercicio narrativo, esta vez de carácter “verité” que da un ejemplo de como una persona normal puede asimilar la sinrazón, la amoralidad y la violencia extrema en su día a día simplemente dejándose llevar, por pura inercia conductual.

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La primera parte de la película nos muestra el humilde modo de vida de Peping y por extensión, el del 90% de los habitantes de la exuberante ciudad de Manila, pobre pero alegre. Del chaval sabemos que es padre pese su juventud, que va a la academia para convertirse en policía y que de manera provisional, hasta que finalice los estudios, trabaja para el mafiosillo del barrio, en la inocua labor de recaudar el “impuesto” a los comerciantes callejeros. Manila es así, Peping no hace daño a nadie y tiene que alimentar a su familia, punto.

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Las cosas se tuercen en el angustioso y macabro segundo acto de la película. A Peping se le ordena colaborar en un trabajillo nocturno fuera de sus tareas habituales, que además le reportará unos buenos ingresos extra. Solo cuando está manos a la obra se da cuenta de dónde se ha metido: en una cruel operación de secuestro/venganza  sobre una prostituta morosa.

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No abundan los diálogos en el film, pero Mendoza elabora un mecanismo narrativo de inmersión mediante el cual el espectador es capaz de saber lo que le está pasando por la cabeza al protagonista en cada momento. Enseguida surge la empatía con un Peping que quiere verse fuera de todo eso pero no sabe cómo, observando a sus compañeros comportándose con total normalidad ante los horribles hechos de los que son cómplices.

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Pero el momento de mayor calado del film viene (lo siento por el spoiler) cuando Peping tiene la oportunidad, digamos táctica, de escapar pero rechaza la idea porque se da cuenta que llegado a un punto, ya no hay manera de echarse atrás, solo queda tirar hacia adelante y normalizar lo anormal. Igualito a quien por voluntad propia firma una hipoteca convirtiéndose automáticamente en esclavo del sistema, igual que el corrupto de ayuntamiento que iba sin intención pero “como todos lo hacen…”, igual al que vive amagado ejerciendo un oficio legal de ética cuestionable al que entró porque “no le quedaba otra salida laboral digna”. En definitiva igual que todas esas pequeñas “cesiones” que todos hacemos, y al final crean el mundo en que vivimos.

Trailer: