A Touch of Sin

A Touch of Sin

Con varios documentales a sus espaldas desde el estreno de Naturaleza Muerta, el regreso de Jia Zhangke al largometraje de ficción comenzaba a convertirse en una quimera. Hemos tenido que esperar siete años por A Touch of Sin, pero ha valido la pena.

Jia sigue en su línea, pero esta nueva película trae como mínimo dos novedades que, si cabe, elevan todavía más la claridad de su discurso:

En primer lugar, el alcance geográfico de la narración ha cambiado. Hasta el momento, el director chino había ambientado sus películas en enclaves muy concretos de su país, pero en esta ocasión ha optado por expandirse. Su nuevo largo  se compone de cuatro historias levemente entrelazadas que discurren en lugares diferentes, haciéndose especial hincapié en la migración interna de trabajadores y toda la exposición de carreteras, líneas férreas y rutas fluviales que conlleva tratar el asunto. De repente, esos territorios postapocalípticos puntuales  que nos mostró en su obra anterior se convierten en la regla, dejan de ser la excepción. La China de Jia Zhanke no se diferencia demasiado del inhóspito mundo de la saga Mad Max , salpicado de  hiperpobladas y empobrecidas megalópolis similares a la Mega-City One de Dredd. Se aproxima mucho a los E.E.U.U. postnucleares de Jeremiah, dónde el grado de civilización variaba a lo largo del país, en función del poderío y los métodos de los líderes de cada territorio, con abundante población nómada dando tumbos de un lado para otro, intentando encontrar su lugar (y su trabajo) entre la devastación.

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La otra gran novedad está en los pasajes de violencia estilizada que salpican cada una de las historias; brotes narrativos con los que Jia alude directamente a los maestros del cine de género de su continente. Semejantes ex-abruptos dentro de una puesta en escena “a ras de suelo” generan potentes sentimientos en el espectador, sobre todo cuando se trata de catarsis. En una situación como la nuestra, de rabia contenida hacia los corruptos y poderosos, resulta tremendamente liberador que en una película “realista” salga un don nadie (como tú o yo) aplicando la justicia por su mano. Terroríficamente satisfactorio.

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Aparte de todo esto, como español que consumió la obra de este director antes de la crisis, he de decir que con la experiencia acumulada de estos últimos 6 años, la cosa se ve con otros ojos. Lo que Jia nos pone delante es el modelo de país que nuestros gobernantes quieren para nosotros, un vistazo a nuestro futuro cercano. Un futuro con la brecha social todavía más abierta, sin clases medias, con una reducida élite de poderosos viviendo en el lujo y el resto bailando a su son, convertidos en poco más que mercancía.

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Personalmente, me jode mucho esta gente de personalidad filocuñadista que entra en éxtasis hablando de la grandeza futurista de Shangai o Dubai, de lo listos que son los chinos, de como el dinero ruso, chino y árabe rescatará nuestra maltrecha economía… Que estén tranquilos, que a lo mejor no tardan en sentir los efectos de toda esa maquinaria hipercapitalista en carne propia. Entonces verán la luz.