Si existe hoy una banda a la que se le puede poner el adjetivo de única, esa es sin lugar a dudas Radiohead. Las puede haber más o menos famosas, y más o menos atrevidas en sus planteamientos musicales, pero tengan por seguro que nunca más en la historia de la música popular alguien de idiosincrasia similar a la de Yorke, Greenwood y compañía alcanzará un nivel de popularidad parecido al que ellos disfrutan.
Radiohead: then and now
El momento clave para entender esta situación tiene fecha bastante concreta: el lanzamiento de “Kid A” en el año 2000. Los de Oxford habían arrasado cuatro años antes con el excelente “OK Computer”, un disco que se desmarcaba definitivamente del aire brit pop (imperante en aquella época) con el que habían comenzado su carrera y del que iban renegando poco a poco. Con “OK Computer” forjaron un éxito a contracorriente, abriéndose un camino musical digno de ser explorado en próximos lanzamientos; pero contra todo pronóstico (y pese a los precedentes), lo que siguió fue suicida: un disco cercano a la electrónica avanzada y al krautrock, digno de ser presentado en los ambientes menos fiesteros del Sónar, con el que ni de coña iban a ampliar la masa de seguidores cosechada con los tres LPs anteriores. De eso hace ya doce años; en ese lapso de tiempo han hecho lo que les ha apetecido, el mito ha crecido y la fama como mínimo no ha decrecido. Lo que ellos tienen no lo tiene ni tendrá nadie: la capacidad de llenar enormes aforos con un repertorio que tiende cada vez más a lo minoritario y experimental.
El domingo pasado he podido comprobar en carne propia lo que cuento en los párrafos anteriores: 55.000 personas vibrando con temas como “Bloom”, “The Gloaming”, “Everything is in the right place” o “Idioteque”. Me voy a ganar enemigos con lo que sigue, pero lo suelto: para calentar a semejante masa de público, gente como The Killers, Coldplay o Bruce Springsteen tienen que tirar de baladita, épica barata o mensaje populista. Estos pueden reunir decenas de miles, pero no como lo hace Radiohead.
De todas formas, la banda es consciente de lo que demanda el público, y aunque el grueso del setlist estuvo compuesto por material de los dos últimos discos, dejaron para el final algunos hits del “OK Computer”, “Kid A” y “Amnesiac”, probablemente la “sagrada trilogía” por la que serán recordados. Eso si, de sus inicios casi nada (un tema de “The Bends” creo). En un concierto como el que dieron el día 15, “Creep” ya no tiene cabida.
Sobre el escenario quedó claro que la esencia de la banda está en dos individuos: Thom Yorke, excelente frontman con una voz y lenguaje corporal sui géneris que no se priva en pegarse bailecitos rarunos; y Jonny Greenwood, eminencia musical con gran bagaje fuera de la banda, que no tuvo problemas a la hora de llevar a directo sus ingeniosas bases y miniaturas rítmicas.
En lo que a mi respecta, nunca había asistido a un evento de tales dimensiones y la verdad es que acojona un poco verse en medio de semejante marabunta de gente. Aún así primó la tranquilidad en un público multigeneracional de actitud animada, pero sin el enfervorecimiento que según me contaron se da en actuaciones de bandas con fandom mucho más groupie y/o radical. Soy más de espacios pequeños y fácil movilidad, pero Radiohead bien valió el “sacrificio”.