Transformers

Década 0, Cara B (III): Las Guerras Clon

Star Wars - Clone Wars

Posiblemente, la década de los 00 haya sido la más productiva y lucrativa para la franquicia Star Wars en sus más de 30 años de historia, pero también ha sido la década en la que la saga perdió su magia.

Padme y Anakin, cero feeling

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Seamos realistas, la trilogía original (La Sagrada Trilogía, como diría Kevin Smith) no fue ninguna obra maestra del cine, pero cautivó a varias generaciones de niños como no lo había hecho ninguna otra saga de ciencia ficción: su historia fundamentada en arquetipos heroicos, el carisma de sus personajes, los magníficos diseños de producción y los efectos visuales sin parangón nos atraparon de mala manera. La saga adquirió un status de “culto mainstream” inédito, en el que la nostalgia de lo vivido en la infancia jugaba un papel importante a la hora de valorar las pelis en el presente. La nueva trilogía que arranca en 1999 barre con toda esa aura mítica cultivada a lo largo de las décadas anteriores: mucha pirotecnia, poco carisma, mitos desmontados… y la terrible sensación de que la trilogía clásica tampoco era tan buena (vamos, que Jar Jar Binks no fue más que la versión actualizada de los Ewoks). Star Wars está ahora más cerca de franquicias como Transformers o Piratas del Caribe que de lo que era en los 80 y 90.

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Con todo, la actualización de la saga galáctica en los dosmiles trajo alguna que otra perla, como la microserie animada “Las Guerras Clon” (no confundir con el pestiño infográfico que se emite en la actualidad y desde hace un lustro), con el genio de la animación Genndy Tartakovsky como responsable creativo de la misma. Con una duración total de poco más de dos horas, fragmentada en capítulos de entre 5 y 15 minutos, la serie pretendía servir de puente entre los episodios cinematográficos II y III. Literalmente, material de relleno; pero Tartakovsky lo aprovechó para dar rienda suelta a sus ejercicios de estilo. La historia es casi nula, y totalmente intranscendente en cuanto a aportes al conjunto de la saga, simplemente se trata de un encadenado de batallas y duelos en los diferentes contextos y entre los principales personajes de las Guerras Clon, pero magníficamente narradas, planificadas y coreografiadas.

Tartakovsky utiliza y expande lo aprendido en “Samurai Jack”, su magnífico anterior proyecto, para mostrarnos a los jedis en acción como no habíamos podido ver hasta el momento, batiéndose en largas secuencias mudas de gran belleza expresionista, sirviéndose de encuadres y perspectivas poco comunes en los estéticamente clasicistas filmes de imagen real. Belleza basada en geometría y movimiento.

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Star Wars ahora: MAL. Aún así, su status de franquicia activa todavía puede justificarse si de vez en cuando salen de allí cositas como ésta.

Bay vs. Miike

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Recientemente he visto dos películas muy diferentes entre si pero con una importante característica común: ambas finalizan con una larguísima superbatalla que consume buena parte de sus metrajes. Estoy hablando de “Transformers: El Lado Oscuro de la Luna” de Michael Bay, y “13 Asesinos”  de Takashi Miike. Mi obsesión por comparar me ha llevado a ciertas conclusiones de las que quisiera dejar testimonio.

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Primero, sobre el concepto de “acción pura”: no funciona ni funcionará jamás. La frecuentísima demanda de los espectadores en cuanto a “menos hablar y más hostias” en las películas de acción suele producir horrendos engendros cinematográficos cuando es escuchada. Esto es así tanto para la palomitera saga  “Transformers” (en especial las secuelas) como para films de intención hiperrealista tipo  “Blackhawk Derribado”. Los puntos álgidos no pueden serlo sin momentos de reposo, por tanto, la única lógica viable en este tipo de films es la del bajón-subidón. Incluso en la magnífica “13 Asesinos”, 40 minutos seguidos de batalla se hacen largos, pese a su excelente factura técnica y narrativa.

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De todas formas, ese minutaje un poquito estirado de la de Miike es pecata minuta comparado con lo de Bay, porque en ese caso, sobra media hora como mínimo. La razón es la que diferencia una buena película de (o con) acción de una mala: que al espectador le importe el resultado de la contienda. En “13 Asesinos”, las secuencias previas a la batalla nos permiten conocer a los personajes y sus motivaciones, nos hacen desear que ganen y nos dejan en la incertidumbre en cuanto a quién vivirá y quién morirá. En “Transformers  3”, todo da igual, la batalla es pura pirotecnia, no conocemos a los personajes ni sus motivaciones, porque lo que allí aparece difícilmente se pueden considerar personajes. Se trata de acción en sentido abstracto, absolutamente desprovista de contexto.

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En conclusión, “Transformers 3” es una película mala en sentido clásico, pero también tremendamente futurista y en ciertos aspectos, incluso vanguardista. Se trata de un blockbuster en su forma más pura, desprovisto de los lastres con que previamente cargaban estos productos: guión, personajes, estructura… todos pésimos, y que solo estorbaban. Así, parece que entramos en la era de lo que se podría acuñar como blockbuster abstracto, cuya gestación tuvo lugar en la pasada década con exitosas sagas como “La Momia” y “Piratas del Caribe”. Una nueva categoría en lo audiovisual cuyo medio natural de exhibición no es una sala de cine, sino la sección de imagen y sonido de un hipermercado, en cuyos mosaicos de televisores HD podemos admirar la grandeza de las imágenes durante cinco minutos, para después seguir consumiendo como ciudadanos de bien.

Blockbuster Dementia: “Transformers 2”, “2012”

No se ustedes, pero yo de pequeño era un fanático de los blockbusters. Me pirraba por las escenas llenas de efectos especiales, y cuando revisionaba alguna de estas superproducciones de mi colección de VHSs, lo común era hacer uso del botón de avance rápido para ir directo al grano.  Así me hice consciente del concepto de “presupuesto”: los efectos especiales eran escasos porque eran caros. Supe que nunca podría hacerse una película de estas en la que las extensas escenas de relleno quedasen reducidas a la mínima expresión y todo fuese espectáculo. Me equivocaba.

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El sueño de la (sin)razón produce monstruos. En efecto, este año han salido dos películas que subliman esa fantasía infantil de “espectáculo puro”: la segunda parte de “Transformers” y la “desastrosa” “2012”. Desde un punto de vista adulto, la cosa da escalofríos a la vez que resulta fascinante. Primero porque da la impresión de que se  ha dejado en manos de chavales de 10 años las riendas de producciones de 200 millones de dólares, y segundo, porque la cosa funcionó de maravilla a nivel económico.

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Ya conocíamos la vena patriótica de Michael Bay de sus anteriores películas (donde nunca faltan barras y estrellas), pero lo de “Transformers 2” se lleva la palma. El ejército es tan protagonista como los robots gigantes, y el señor Bay no se priva en “obsequiarnos” con largos y triunfales planos de la maquinaria de guerra: portaaviones, cazas, helicópteros, hunvees… se ven tan bonitos que entran ganas de alistarse para conducirlos. El guión tiene exactamente la misma funcionalidad que en una peli porno, una burda excusa para enlazar las escenas de acción. Y vaya si hay acción, tanta que aburre.

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En cuanto a “2012”, parece que Roland Emmerich se ha tomado muy en serio la famosa profecía maya, y en vista a la posibilidad de que ésta sea su última película, ha decidido destruir en ella toda ciudad y monumento importante que le faltaba.  Aludiendo al espíritu lúdico (y cruel) infantil, la peli es el equivalente caro a construir un enorme castillo de arena para luego destruirlo violentamente a patadas. Puro primitivismo surgido de las profundidades del “id” freudiano. Impagable la escena de la plaza de San Pedro en el Vaticano, llena hasta los topes de desesperados fieles rezando, a los que se le viene encima la cúpula de la catedral. No hay piedad.

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En resumen, estas dos películas suponen un zeitgeistico  broche de oro a la década que acaba, en la que si algo ha quedado realmente claro es que el concepto de madurez es cosa del pasado y que el mundo está ahora en manos de una generación de niños grandes (para bien o para mal).

Avance Rápido

El otro día, estando mi cerebro activado en posición «paja mental» se me ocurrió una manera de poner en evidencia los resortes narrativos de una película: «verla» 100 veces más rápido de lo normal. Ahora, ampliando la paja mental al terreno práctico, les muestro los resultados de acelerar dos películas totalmente contrapuestas en lo que a número de cortes, movimiento de cámara y tempo se refiere. Sopesen los resultados.

Transformers (Michael Bay, 2007):

Last Days (Gus Van Sant, 2005):

Top30 (IV): Transformers

No señores. Pese a la facilidad que tenía (tengo) de caer presa de los trejemanejes del marketing, no piqué con los Transformers. Los conocí via cómic, pero nunca me intersaron como figuras de acción. Eran demasiado deformes para jugar, en su diseño primaba lo transformable sobre lo lúdico, y por ello nunca me planteé pedir uno a los [spoiler] reyes/padres [fin de spoiler].

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Eso si, los comics me molaban a tope. Y a pesar de su carácter infantil, voy a decir en su defensa que, al menos los primeros episodios, poseían un tono “dark” poco común en un producto de sus características. Los Autobots eran temidos, odiados y perseguidos por una humanidad que no distinguía los robots buenos de los malos. Resultaba especialmente desagradable la Cortocircuitos, una tipa herida de gravedad por el malísimo Shockwave que, reconvertida a cyborg psycho-robot-killer, atacaba a los buenos con una rabia y odio inusitados.

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Precisamente la saga de Shockwave tenía mucha tela siniestra. A su llegada a la Tierra, destituye a Megatron como líder y deja KO a Optimus y todos sus subordinados, excepo Ratchet, el más debil de los Autobots, que se vería obligado a realizar un desigual pacto con Megatron para acabar con el todopoderoso nuevo lider Decepticon . La doble página que mostraba a los Autobots colgados cabeza abajo, con miembros amputados y perdiendo combustible a modo de sangre quedaría grabada para siempre en mi cerebro (a pesar de lo mal dibujada que estaba).

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En la serie también había sitio para el cómic de autor (dentro de lo que cabe). Los episodios dedicados a un solo personaje resultaban memorables. Los mejores: ése en el que un raterillo del tres al cuarto encuentra a Megatron en forma de pistola, desmemoriado y dispuesto a recibir ordenes, que usaría para ascender en el mundo del hampa; o aquel otro donde Bumblebee se sentía inutil entre los Autobots, se marchaba y era “adoptado” por unos ladrones de coches que se aprovechaban de las imposibles capacidades de un Volkswagen Escarabajo para alcanzar velocidades absurdas.

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Por supuesto también me encantaba la serie de televisión, descubierta con posterioridad. Yo era muy de irme a la calle a jugar toda la tarde, pero aún así nunca me la perdía. Vista con perspectiva, era floja de narices, tanto en las historias como en los aspectos técnicos. Lo mejor: Starscream y sus planes rastreros para derrocar a Megatron. Con bastante posterioridad en el tiempo vi algo de las continuaciones japonesas, que le daban mil vueltas a la versión americana, pero como me perdía la mayoría de los episodios (mucho madrugón), no me enteraba de nada.

Por último mencionar el incalculable valor de esta serie para desarrollar el pensamiento surrealista en la infancia. Porque, la de rollos mentales que me montaba para autoconvencerme de que un robot gigante fuese capaz de transformarse en una pistola tamaño natural o ¡en un insecto!.