Década 0, Cara B

Década 0, Cara B: «Heavy Metal: F.A.K.K.2»

Heavy_Metal_2-Caratula Heavy Metal: F.A.K.K.2, Heavy Metal 2000, Heavy Metal 2…  la cantidad de títulos que ha tenido la secuela de Heavy Metal desde que nació como concepto hasta su estreno ya da una idea de lo dilatado que fue su periodo de gestación. La “gran esperanza blanca” del cine de animación adulto occidental nació tarde y mal. Muy mal.

Todo empezó a mediados de los 90. De aquellas, gracias al dinerito acumulado por los derechos de las Tortugas Ninja, Kevin Eastman se convirtió en el jefazo de Heavy Metal, la revista que naciera a finales de los 70 como equivalente americana a la Metal Hurlant francesa. Los años de gloria de dicha cabecera ya habían pasado, aunque entiendo que en los States conservaría un público fiel, pues prácticamente era el único canal de suministro de BD fantástica  y de ciencia ficción que existían por aquel entonces en el país. La cuestión es que, dada la buena acogida de la reedición en VHS de la peli original, al bueno de Eastman se le ocurrió poner en marcha una segunda parte.

La Heavy Metal Original

Para promocionar la película tiró del hype indiscriminado, de anunciar todo lo anunciable e ir mostrando sobre la marcha el material de preproducción que se iba generando: Que si (el entonces muy en alza) Simon Bisley iba a realizar los diseños, que si el personaje principal iba a inspirarse en su mujer y musa de la serie B Julie Strain, que si se estaban haciendo gestiones para poner a grupos de renombre en la banda sonora… Un despliegue de pre-marketing insólito para aquellos tiempos en los que la WWW aún estaba en pañales.

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Pasaban los meses y ni rastro de la película, pero Eastman empezó a editar/monetizar todo ese material gráfico previo: El libro de ilustraciones de Simon Bisley, la sesión de fotos de Julie Strain caracterizada como la protagonista (tope chabacano, lo sé),  calendarios, posters, tazas, estatuas… En 1999, unos meses antes del estreno del film salió un número extra de la revista titulado F.A.K.K. 2 Illustrated Movie Special, la historia de la película en versión cómic (de nuevo, ilustrada por Bisley) que de alguna manera justificaría que el nuevo film también estaría basado en comics aparecidos en la Heavy Metal.

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Personalmente, viví todo el proceso con cierta sospecha. La película original ya no era santo de mi devoción y no esperaba grandes avances en la nueva. Pero como me encantaba Bisley, fui capturado por el hype, por la idea de contemplar su salvaje estilo gráfico en movimiento, aún a sabiendas de que la animación no iba a ser nivel Disney ni mucho menos. Pero con el Illustrated Movie Special se me cayeron todas las esperanzas: En sus páginas finales aparecían por primera vez los fondos pintados y los sheets con los diseños reales de los personajes en la película. Ni rastro de Bisley, y mucho tufo a animación barata estilo X-Men Adventures.

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Finalmente la película salió en el año 2000, directa a DVD, y los peores presagios se cumplieron, con el agravante de que el concepto de “animación adulta” que heredaba de su predecesora ya olía a rancio. Mientras en Japón se venían produciendo desde hace años obras maestras de la animación para ese sector de público y en cómic crecía sin prisa pero sin pausa el número de autores y publicaciones asociados a lo que ahora se ha dado en llamar  “movimiento de la novela gráfica”, como que un relato plano de fantasía/sci-fi con dosis más elevadas de lo normal de sangre y tetas estaba ya muy alejado del concepto de adultez. De alguna manera, esta película representó un fin de ciclo, el agotamiento de una manera de entender la evolución de esos medios. La idiosincrasia Heavy Metal no era muy buena respuesta al cliché “los tebeos/dibujos animados son para niños”.

Vista la cutrez sin paliativos del producto, resulta chocante que su banda sonora estuviese firmada por figuras respetables de la escena metalera de la época, con bandas como Monster Magnet, System of a Down o Queens of the Stone Age, que lo estaban petando mucho en aquel momento. Si la película era un exploit a destiempo de una marca en decadencia, su banda sonora fue un fiel reflejo de una parte de lo que se cocía musicalmente a las puertas del siglo XXI.

Flat Heavy Metal 2000

En fin…se suponía que esta sección del blog iba a estar dedicada a joyitas de los 00 que pasaron desapercibidas. Heavy Metal 2 no es una joyita y entró en los 00 por los pelos y de arrastro… Pero bueno, que quede constancia que aquí el menda, en algún momento del largo periodo de hype, creyó en el producto, se ilusionó por lo que podía resultar de aquello. Sirva este post de homenaje a todos los hypes bonitos de vivir aunque acaben mal.

Década 0, Cara B (X): Zhong Guo

Zhong Guo

En las últimas décadas, el maestro Hermann Huppen ha mantenido la sana costumbre de alternar nuevas entregas de sus series largas (Jeremiah, Bois-Maury…) con álbumes autoconclusivos de diversos géneros y temáticas. Allá por 2003 lanza uno de esos one-shots, titulado Zhong Guo. Un, llamémosle, technothriller escrito por su hijo Yves H. y editado en España por Dolmen.

Zhong Guo no cuenta nada realmente nuevo dentro del género, recurre a conceptos mil veces vistos con anterioridad, pero el modo de presentarlos junto con la depuradísima narrativa y puesta en escena de Hermann convierten a esta pieza corta en una joyita a reivindicar. En apenas 50 páginas, los Huppen despliegan un universo futurista y corporativo dominado por la informática, los avances en genética y el advenimiento de las interfaces hombre-máquina con cierto toque de distinción respecto a lo que se solía ver en ficciones similares de la época.

Lo primero inusual, la localización. Frente la predominancia de  “lo japonés”  como paradigma cyberpunk, Zhong Guo se desarrolla en una China futura que compite en igualdad de condiciones con los E.E.U.U. por el puesto de potencia hegemónica mundial. Vale que hoy por hoy eso no suena muy original, pero en los dosmiles precrisis no se tenía ese concepto de China (ni de Rusia, ni de los países árabes exportadores de petróleo) como superpotencia capaz de fagocitar económica y culturalmente a los países occidentales. No se veía en esas potencias hipercapitalistas emergentes la capacidad de, literalmente, comprar el mundo por parcelas tal y como lo están haciendo.

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El halo más o menos visionario del tebeo que nos ocupa no se reduce únicamente a la localización. De alguna manera, su planteamiento estético-narrativo adelanto algunas constantes estilísticas del audiovisual que se está haciendo ahora mismo: arquitecturas diáfanas, esteticismo cromático, pulcritud y mimo en el encuadre de espacios interiores, escenas de acción milimétricamente coreografiadas e integradas a la perfección con el entorno, sutil presencia  de las nuevas tecnologías en el mundo futuro… Una serie de recursos que no son nuevos, pero son muy agradecidos a la (no)textura cristalina del HD, y a los que, gracias a la mejoras tecnológicas de los equipos de grabación y edición, se recurre cada vez más. No digo que Zhong Guo haya sido la fuente de inspiración de cosas como Skyfall, Solo Dios perdona o Black Mirror (por poner tres ejemplos relacionados), pero hay que admitir la audacia de Hermann para adelantarse a lo que sería tendencia 10 años después.

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Zhong Guo está ahora tristemente descatalogado, pero se puede conseguir a buen precio en tiendas de segunda mano. Si lo ven, ya saben, dinero bien gastado.

Década 0, Cara B (IX): Les Invisibles

Les Invisibles

Repetir eso de que detrás de un crítico de cine siempre hay un director frustrado sería incurrir en uno de los grandes tópicos del gremio cinematográfico. Aún así, no se puede negar que ambas profesiones están fuertemente ligadas. La historia del noveno arte nos ha dejado una buena ristra de excelente críticos-directores. una realidad que, lejos de tratarse de un fenómeno puntual (viene a la cabeza la mítica y primigenia troupe Cahiers-Nouvelle Vague), se revalida constantemente con nuevos valores. Ahí están (entre otros), generando cine sigloveintiunero, gente como Olivier Assayas, Daniel Monzón, el recién llegado Jordi Costa o el que nos ocupa: Thierry Jousse.

Jousse, además de escribir sobre cine, también le da bastante a la crítica musical, y en Les Invisibles, su ópera prima estrenada en 2005, deja patente su tremendo interés ya no solo por la música, sino por el sonido en sentido amplio: por su registro, su manipulación y por cómo lo percibimos y asimilamos.

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El film propone una convergencia obsesiva audio-pasional: Bruno, un productor de música electrónica,  concierta (chat telefónico mediante) encuentros sexuales con una desconocida  bajo la condición impuesta por parte de ella de que las luces de la habitación del hotel han de permanecer siempre apagadas para que las  identidades de ambos se mantengan en el anonimato. Bruno cumple la regla, pero graba clandestinamente las citas e incorpora fragmentos de esos audios en sus cacofónicas composiciones musicales. Cuando su misteriosa amante deja de acudir a las citas, dichas grabaciones se convierten en ecos fantasmales, en catalizadores de un deseo imposible de satisfacer y de la inevitable búsqueda obsesiva del objeto de deseo.

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Jousse, como buen conocedor de la contemporaneidad cinematográfica de sus país, tira de interesantes referentes “domésticos”. En primer lugar, la influencia de Assayas es evidente al situar la acción en el frenético entorno de la producción de cultura de masas (concretamente en el negocio discográfico) exponiendo las tensiones entre la parte artística y la parte económica del cotarro, y cómo el trabajo en ambos campos se ve condicionado por las relaciones personales (de tendencia envenenada) entre los agentes implicados.

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La segunda gran referencia francesa estaría en eso que se ha dado en llamar “cinematografía de los cuerpos”, practicada por gente como Claire Denis o Bruno Dumont. De alguna manera el sonido, el tacto y la piel constituyen una masa  sensitiva que contrarresta la oscuridad en la que se desarrolla la relación entre Bruno y su misteriosa compañera.

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Cabe destacar también la sombra estilística de dos autores americanos probablemente más valorados en Francia que en su propio país: David Lynch y Brian De Palma. Del segundo no puedo dejar de recomendar Impacto, de la que Les Invisibles es deudora en todo lo referente a integrar la grabación y manipulación del sonido en un contexto de thriller.

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Aunque lo entregado por Jousse no rezuma la misma fuerza que sus excelsos referentes, Les Invisibles se puede calificar como mínimo de notable. Con todo, el film no ha trascendido fuera de un círculo extremadamente minoritario, no ha sido estrenado comercialmente en en España ni tan siquiera en formato doméstico y su puntuación en la IMDB es de 4.8.

Década 0, Cara B (VIII): Nouvelle BD y Superhéroes

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Allá por el año 2000 y alrededores, en la esfera del cómic no podríamos encontrar dos términos más antagónicos que Nouvelle BD y Superhéroes. Dos géneros, o corrientes, o como les quieran llamar que se erigían como tótems inequívocos de lo gafapasta y lo friki respectivamente, cuando gafapasta aún se escuchaba muy muy poco y friki se escribía freakie y solo era usado extensivamente dentro de los círculos freakies.

A pesar de esa intensa guerra declarada (a nivel foros de internet y blogs, sobre todo) entre los acérrimos de lo uno y de lo otro, lo cierto  es que a nivel artístico existían puntos de contacto suficientes entre ambos universos como para que se diesen intersecciones. Sí, hubo algún que otro libro de  nouvelle BD con superhéroes. Les cuento de dos que cayeron en mis manos por aquella época.

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El primero, “Cycloman”, es obra de Charles Berberian (guión) y Gregory Mardon (dibujo) y vino presentado en formato novela gráfica con todas las de la ley: tocho de casi doscientas páginas, autoconclusivo y muy libre a nivel autoral. “Cycloman”  bebe de fuentes diversas y heterogéneas, podríamos definirlo como un “El Gran Héroe Americano” + “Iron Man” + “Mazinger Z”, con unas pizcas de metalenguaje alanmooreano (ligerillo, no se crean), todo ello cocinado sobre una base de costumbrismo marca Berberian. Muy agradable de leer, y sobre todo, de mirar. Pese a que hablamos de uno de sus primeros trabajos, Mardon ya se manejaba con la soltura de dibujante curtido, demostrando que podía lidiar sin problemas con todos los ambientes que la historia demandaba, desde una tarde de compras en las calles de París hasta el surgimiento de un gigantesco monstruo de las entrañas del fondo oceánico. Desde entonces no dejé de seguir a este excelente dibujante.

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El otro tebeo en cuestión es “Urani”, realizado a cuatro manos por David B. y Joann Sfar. A cuatro manos con todas sus consecuencias: el resultado final recuerda a esos tebeos hechos a medias por niños entusiasmados en el que uno elabora una página mientras otro va empezando con la siguiente, en un continuo “dibújame tú esto que no me sale”, “esto otro queda mejor con tal detalle, ya te lo completo yo”, “en este viñetón yo hago esto y tú esto otro”, etc. Un álbum que destila magia, vamos.

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Si en el de Berberian y Mardon lo superheróico surgía de un sustrato costumbrista, en “Urani” es un elemento fantástico más en el deliberadamente fantasioso escenario en el que se desarrolla la historia. Urani es la ciudad imaginaria por autonomasia, tiene espías, dioses, genios del crimen, científicos locos, gansters, animales antropomórficos y, como no, superhéroes: la enigmática y poderosa Europa, que a lo largo de la historia, irá descubriendo detalles de su borroso pasado.

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Este primer álbum termina en “continuará” rotundo, dejándolo todo abierto. Pero como tantos otros caprichos de Sfar y compañía, nunca verá continuación. Es lo que tiene la libertad-libertinaje de la nouvelle BD: los autores dejaban tirado al lector a la primera de cambio. Si la autoría del álbum se desarrolló con la mágica mentalidad de unos niños de primaria, la planificación y la constancia para continuar la historia fue también propia de esa edad.

“Cycloman” fue editado en España por Ediciones De Ponent y supongo que todavía se podrá encontrar en buenas librerías especializadas. “Urani” creo que no, la edición que poseo es portuguesa (llegaba bastante material de nuestros vecinos a selectas librerías gallegas) y vista su condición inconclusa, no creo que vea la luz jamás.

Década 0, Cara B (VII): Session 9

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Se dice que el buen cine de género fantástico y de terror captura los miedos cotidianos y los hace pasar por el prisma de la ficción para presentarlos al espectador en una forma que invite al entretenimiento y/o la reflexión. Ciertos campos del temor humano han sido concienzudamente explorados por la vía fantástica, pero existe un escenario en el que pienso queda aún mucha leña por cortar: el entorno laboral.  Casi todos los seres humanos nos pasamos trabajando la mayor parte del día, nos guste o no lo que hacemos, y muchísima gente comparte más horas de su vida con los  (impuestos) compañeros de trabajo que con su propia familia y allegados. Semejante panorama puede convertirse en un verdadero martirio del que, paradójicamente, tememos ser arrancados. No hay miedo cotidiano más arraigado y realmente acechante en nuestros días que el de perder el empleo. Pese a todo, no muchos realizadores de género aprovechan el filón que ofrecen estos asuntos. Brad Anderson sí lo ha hecho.
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Tanto “Session 9” como la más mediática “El Maquinista” (con ese Christian Bale cadavérico) internan al currante en odiseas obsesivas filo-lynchanas. Obviamente, Anderson no es Lynch ni lo pretende; lo suyo es menos ambicioso, menos auteur y mucho más torpe, pero por lo menos con esos dos films pudo desviarse de los transitadísimos caminos por los que discurren realizadores de su mismo estatus, esos que tanto prestan su oficio para dirigir episodios sueltos de series de TV por aquí y por allá como para tomar las riendas de alguna que otra producción cinematográfica de género con vocación comercial y presupuesto moderado.

 

Recuerdo que fui a ver “Session 9” con una idea preconcebida totalmente errónea respecto a lo que me iba a encontrar. Un realizador desconocido desarrollando una historia apoyada en tres elementos base: un equipo de descontaminación, un gigantesco hospital psiquiátrico abandonado que hay que descontaminar y unas cintas de sesiones de un caso terrible todavía almacenadas en los archivos del edificio. Tufaba a convencional peli de casonas malditas, llena de sustitos y apariciones, si acaso con un toque  “Resplandor”; sin embargo Anderson fija su atención en los trabajadores, en su mecánica de grupo, en sus rencillas internas, en sus aspiraciones individuales y sobre todo en sus preocupaciones económicas: deben trabajar rápido y bajo presión, a costa de su salud y su seguridad para cumplir el plazo fijado y evitar que la empresa eche el cierre.

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El edificio enfermo es simplemente un catalizador que acelera los hechos, no el causante de los mismos. El componente sobrenatural no aparece por ningún lado, los sustos baratos tampoco, simplemente se va generando poco a poco una sensación descorazonadora y alienante de que todo va realmente mal y terminará en una inevitable catarsis.  “Session 9” cobra hoy una relevancia que no tenía cuando se estrenó en 2001.

Década 0, Cara B (VI): Blood,Looms and Blooms

Blood, Looms and Blooms

Musicalmente hablando, uno de los grandes acontecimientos del año 2008 fue el llamado “retorno del trip-hop”. Lo pongo así, entre comillas, porque realmente ese titular era sostenido únicamente por tres lanzamientos ofrecidos por destacadas figuras “del ramo” que llevaban como mínimo un lustro en sequía discográfica.

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El más sonado, sin duda, fue el regreso de Portishead con su aclamado “Third”, un LP que dejó claro que eso de las etiquetas no iba con los de Bristol: un poco a trip-hop si que sonaban todavía, pero sobre todo sonaban a ellos mismos con una década más de experiencia musical acumulada que les sentó muy muy bien. Lo de Tricky no hizo más que confirmar lo que todo el mundo intuía: sus tiempos de gloria terminaron a la vez que el siglo XX y no volverán jamás; “Knowle West Boy” fue un episodio más de tricky-batiburrillo que poco tenía que ver con cualquier cosa producida por este señor en los noventa. Así pues, para encontrar ese revival triphopero del que tanto hablaba la prensa tendríamos que irnos al menos mediático de los lanzamientos de la terna anteriormente citada: “Blood, Looms and Blooms”, de Leila.

Pese a moverse más en la esfera de la “electrónica avanzada” (Warp, Rephlex…) que en la del trip-hop, la productora anglo-iraní entregó un disco que daría el pego si te dicen que salió al mercado en 1998 en vez de en 2008, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva.

 

 

 

 

En lo positivo, el hecho de poder escuchar un buen disco de un género semiolvidado e incluso denostado por ese aparato hipster que regula a un ritmo acelerado lo que está in y lo que está out en tendencias musicales. Lo malo: un poco siguiendo esa culto hipster hacia la novedad, lo cierto es que el disco no ofrecía nada nuevo y pasó absolutamente desapercibido en medio del marasmo post-dubstep que se estaba cociendo aquel año, pasando así sin pena ni gloria por la memoria musical de los años 0. Sea este post mi pequeñísimo granito de arena para evitar que caiga en el olvido.

Década 0, Cara B (IV): Trazos Escarlata

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La de los 00 fue una década prolífica a la hora de recuperar/revisitar/reformular  “La Guerra de los Mundos” de H.G. Wells… bueno, en realidad  lo que llevamos de siglo XXI fue prolífico en recuperar/revisitar/reformular casi cualquier cosa, pero ahora vamos a lo que vamos…

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En medio del enfoque posmoderno de Alan Moore y Kevin O’Neill en la segunda parte de “La Liga de los Caballeros Extraordinarios” y la versión cinematográfica de Spielberg/Cruise que trasladaba la invasión marciana a nuestra época, aparecía sin demasiado ruido el tebeo “Trazos Escarlata”  (originalmente “Scarlet Traces”) obra de Ian Edginton (guión) y D’Israeli (dibujo). Poco conocidos puertas afuera del Reino Unido, estos dos autores mantienen  una larga y fructífera colaboración, habiendo producido juntos gran cantidad de páginas para distintas series del mítico semanario 2000 AD. “Scarlet Traces” comenzó como serie de animación web, pero tras el cierre de la página que la alojaba, con muy poco material producido y emitido aún, los autores decidieron dar salida en forma de cómic a los diseños y argumentos que ya habían elaborado, apareciendo serializada en la revista Judge Dredd Megazine, y más tarde en formato comic-book  vía Dark Horse.

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La novedad de rigor en “Scarlet Traces” respecto a la novela original no consistía esta vez en una reinterpretación de la misma, sino  en ofrecernos su continuación. La acción se situaba 10 años después de la derrota marciana, en una Inglaterra steampunk que había conseguido “descifrar” la tecnología de guerra invasora para adaptarla a usos terrícolas. Una ocurrencia realmente original, pero también muy bien aprovechada: en lugar de continuar con la tónica sci-fi/catastrofista de la “primera parte”, “Scarlet Traces” se movía por los oscuros derroteros temáticos de la conspiranoia, el abuso de poder y los costes humanos del llamado “progreso”.

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Como si de una metáfora ucrónica de nuestro presente se tratara, en el mundo post-invasión de “Trazos Escarlata” la tecnología es un bien accesible a un segmento privilegiado y reducido de la población. Para los que les es negada, su existencia se convierte en un handicap, pues además de no beneficiarse de sus “milagros”, como fuerza de trabajo humana tienen que competir con ella en cuanto a productividad… Es más, han de convertirse en esclavos para que la minoría privilegiada pueda trastear con sus juguetitos. Este tema junto con otros como la conveniencia de cierto tipo de guerras para la economía de un país o el tremendo poder de los estados para “suprimir” las líneas de pensamiento y acción divergentes a sus doctrinas son tratados en clave de thriller futurista, en tan solo 80 páginas con un dibujo de trazo exquisito, muy cercano a la línea clara francobelga pero con su toque 2000 AD puramente británico.

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“Trazos Escarlata” fue publicada en España por Devir en 2004, y desconozco si aún puede conseguirse en librerías. Todavía sin traducción al español están su secuela “The Great Game”, que cuenta el (innecesario pero conveniente) contraataque británico sobre Marte y la precuela, que no es más  que (esta vez sí) la adaptación  de la novela original por parte  Edginton y D’Israeli, integrándola estéticamente en el universo que ellos habían creado para las continuaciones “apócrifas”. Una pena que hayan quedado en el semiolvido.

Década 0, Cara B (III): Las Guerras Clon

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Posiblemente, la década de los 00 haya sido la más productiva y lucrativa para la franquicia Star Wars en sus más de 30 años de historia, pero también ha sido la década en la que la saga perdió su magia.

Padme y Anakin, cero feeling

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Seamos realistas, la trilogía original (La Sagrada Trilogía, como diría Kevin Smith) no fue ninguna obra maestra del cine, pero cautivó a varias generaciones de niños como no lo había hecho ninguna otra saga de ciencia ficción: su historia fundamentada en arquetipos heroicos, el carisma de sus personajes, los magníficos diseños de producción y los efectos visuales sin parangón nos atraparon de mala manera. La saga adquirió un status de “culto mainstream” inédito, en el que la nostalgia de lo vivido en la infancia jugaba un papel importante a la hora de valorar las pelis en el presente. La nueva trilogía que arranca en 1999 barre con toda esa aura mítica cultivada a lo largo de las décadas anteriores: mucha pirotecnia, poco carisma, mitos desmontados… y la terrible sensación de que la trilogía clásica tampoco era tan buena (vamos, que Jar Jar Binks no fue más que la versión actualizada de los Ewoks). Star Wars está ahora más cerca de franquicias como Transformers o Piratas del Caribe que de lo que era en los 80 y 90.

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Con todo, la actualización de la saga galáctica en los dosmiles trajo alguna que otra perla, como la microserie animada “Las Guerras Clon” (no confundir con el pestiño infográfico que se emite en la actualidad y desde hace un lustro), con el genio de la animación Genndy Tartakovsky como responsable creativo de la misma. Con una duración total de poco más de dos horas, fragmentada en capítulos de entre 5 y 15 minutos, la serie pretendía servir de puente entre los episodios cinematográficos II y III. Literalmente, material de relleno; pero Tartakovsky lo aprovechó para dar rienda suelta a sus ejercicios de estilo. La historia es casi nula, y totalmente intranscendente en cuanto a aportes al conjunto de la saga, simplemente se trata de un encadenado de batallas y duelos en los diferentes contextos y entre los principales personajes de las Guerras Clon, pero magníficamente narradas, planificadas y coreografiadas.

Tartakovsky utiliza y expande lo aprendido en “Samurai Jack”, su magnífico anterior proyecto, para mostrarnos a los jedis en acción como no habíamos podido ver hasta el momento, batiéndose en largas secuencias mudas de gran belleza expresionista, sirviéndose de encuadres y perspectivas poco comunes en los estéticamente clasicistas filmes de imagen real. Belleza basada en geometría y movimiento.

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Star Wars ahora: MAL. Aún así, su status de franquicia activa todavía puede justificarse si de vez en cuando salen de allí cositas como ésta.

Década 0, Cara B (II): Come on primates show your teeth!

Come on primates show your teeth

Como bien explica Simon Reynolds en el imprescindible prólogo de “Loops: una historia de la música electrónica” (léanlo, por Dios!), en ese mundillo no está mal visto que los productores aprovechen hallazgos de otros y lo incorporen a sus tracks. Importa más la evolución de los sonidos, llevarlos “más allá”, que conservar la memoria autoral y emitir acusaciones de plagio a diestro y siniestro. Los beats y loops, una vez que salen a la luz e independientemente de como estén protegidos legalmente, se convierten en material de dominio público. Se reutilizan, se cortan, se mezclan, se distorsionan, se deconstruyen… en definitiva se abusa de ellos hasta agotarlos.

Por esta razón, la música electrónica evoluciona muy rápidamente y ciertos estilos que anteayer eran lo más, pasan  de moda en un abrir y cerrar de ojos para dejar sitio a “pastos más verdes” recién descubiertos. No se mueren, permanecen en  standby para volver cuando la gente se olvide de ellos y algún avispado productor o colectivo los haga resurgir. Se podría decir que el breakbeat, o breakcore, o drill n bass, o como quieran llamarlo, está en uno de esos momentos bajos, relegado a un segundo plano frente al imparable ascenso de la bass music. Posiblemente este fin de ciclo haya impedido que John Charles Wilson  alias Frog Pocket disfrute del reconocimiento que merece.

John Charles Wilson, alias Frog Pocket

Su segunda referencia para Planet Mu, “Come on primates show your teeth!” (2007), guarda ciertas similitudes con una de las joyas de la corona del sello, el ya mítico “Rossz csillag alatt született” (2005) de Venetian Snares. Si en aquel el productor canadiense “desintegraba” composiciones de corte clásico inspiradas (o directamente sampleadas) en autores húngaros, haciéndolas colisionar con los ritmos rotos y ultrarrápidos propios del breakcore,  Wilson hace lo propio sustituyendo Hungría por su Escocia natal, sometiendo al mismo tratamiento de shock (aunque un poco más suavemente) pasajes folkies “medievalistas” que remiten a la cultura y tradiciones del país. Esto queda reflejado perfectamente en la portada del disco, donde un wicker man parece estar bailando al son de los frenéticos ritmos “breakcoretas”.

Quizás la track más significativa del LP sea “Dungeon Hills”, en la que una bella melodía basada en cuerdas evoluciona hacia el caos rítmico total en 7 minutos sin desperdicio. Se la dejo insertada arriba, pero pueden escucha el más  temas del disco en youtube.

Tras 5 años de silencio discográfico, Frog Pocket ha vuelto este 2012 con “Frog and the Volcano!”, en el que actualiza su estilo hacia terrenos más “bassisticos”, conservando el deje folkie de sus anterior trabajo. Pueden escucharlo (y comprarlo) aquí.

Década 0, Cara B (I): Hollow Man

Hollow Man

Difícil encontrar un cineasta más incomprendido que Paul Verhoeven. A estas alturas de la vida aún existen supuestos cinéfilos que ven  a “Robocop” y “Starship Troopers” como dos blockbusters fascistoides. Muchos todavía son incapaces de apreciar la  carga de profundidad satírica y visionaria que esas películas llevan dentro.

Hollow Man -Paul Verhoeven y Kevin Bacon en el set

La cuestión es que, tras el fracaso comercial de “Starship Troopers” allá por finales de los 90, Verhoeven decidió aceptar un proyecto de encargo, más convencional, supongo que para recuperar su crédito como director taquillero, dejando propuestas más arriesgadas para tiempos en los que su valor en la industria estuviese menos cuestionado. Se trataba de “Hollow Man”, en España  “El Hombre sin Sombra”, una revisión del mito del hombre invisible para el incipiente nuevo siglo.

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La peli funcionó moderadamente bien en taquilla, pero fue ninguneada por la crítica y el grueso de los incondicionales del realizador holandés. Craso error. Proyectos “alimenticios” como éste toman la medida autoral de sus responsables con mayor precisión que sus obras más personales, y Verhoeven sale muy bien parado del test. Él mismo declaró en su día que se limitó a filmar el guión tal cual se lo habían entregado, pero lo que vemos en pantalla es puramente verhoveniano. El director no toca el guión, pero lo lleva a su terreno al plasmarlo en celuloide; lo que en manos de un “artesano de plantilla” sería plano y anodino se convierte en algo único y con personalidad: violencia, sexo, efectos especiales, gags… el tratamiento que les da Verhoeven no puede dárselos ningún otro.

Sirvan como ejemplo las magníficas escenas de transformación visibilidad/invisibilidad y viceversa. En la peli se combinan técnicas infográficas (aún hoy) muy sofisticadas con una puesta en escena agobiante y violenta. Las imágenes transmiten dolor y fisicidad de manera pocas veces vista aún yéndonos a la esfera del underground.

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Otra evidente marca de fábrica del holandés es el desparpajo sexual que imprime a los personajes: la manera de moverse, de tocarse… remite a una mentalidad mucho más abierta y (sobre todo) natural hacia el sexo de lo que podemos ver en otras películas con idéntica o mayor carga erótica sobre el papel. Fuera del tema sexo, los personajes se mueven con una naturalidad y un carisma difícil de ver en este tipo de películas, donde los secundarios son puros artefactos sin personalidad con la única misión de ir muriendo a lo largo del metraje. De hecho, da pena que se mueran cuando les toca el turno.

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Hollow Man

Hollow Man (3)

Todo lo dicho anteriormente queda condensando a la perfección en Sebastian, el personaje principal magníficamente interpretado por Kevin Bacon. Su carácter pícaro y bromista hace que los espectadores aceptemos sus fechorías como travesuras bastante después de que crucen la barrera del delito. Esa identificación con el malo se va rompiendo gradualmente hasta que los niveles de demencia de Sebastian generan un escenario ultraviolento de muerte y sangre, llegando al punto de que nos preguntemos cómo  unos minutos antes ese tío nos caía simpático. Todo eso no es fácil de lograr, pero el tandem Verhoeven/Bacon lo consiguen con pasmosa naturalidad.

Hollow Man (6)

Hollow Man (7)

Hollow Man (8)

En resumen “El Hombre sin Sombra” es una peli de apariencia convencional pero de tremendos valores cinematográficos “escondidos”, y no debería considerarse como una obra menor en la filmografía del grandísimo Paul Verhoeven.