El uso indiscriminado del prefijo “post” en el ámbito del etiquetado (sub)cultural es un asunto que me pone muy muy de los nervios. Entiendo perfectamente cuando me hablan de la España de postguerra, la depresión post-parto, los X-Men post-Claremont… Sin embarto tengo serios problemas con cosas como el post-rock, el post-pop, la post-poesía, o la post-tag más de moda en los últimos tiempos: el post-humor.
¿Qué se supone que significa esto último?¿Una nueva era del no-humor?¿Chistes sin gracia? Lo único que sé es que la categoría es aplicada, muchas veces de forma despectiva, a gente como Wes Anderson, Sacha Baron Coen, Nacho Vigalondo o Joaquín Reyes. Gentes con visiones más o menos diferentes en esto del hacer reír, pero que si algo tienen en común es su capacidad de abrir nuevos caminos, centrándose más en lo que a ellos les hace gracia y menos en como complacer a la mayor masa social posible, demostrando que incluso los Monthy Python pueden quedar desfasados. No hacen post-humor, hacen HUMOR con mayúsculas cuyo único pecado es parecerse poco a cualquier cosa que haya existido antes.
Esto viene a cuento porque acabo de añadir dos nuevos nombres a mi panteón de este tipo de humoristas fieles a si mismos pese a quien pese: Jonathan Millán y Miguel Noguera. Su más reciente obra: “Hervir un Oso”. Sus características:
- Parece un tebeo pero no es exactamente un tebeo (¿post-comic?)
- Es humor gráfico, pero en muchos casos el texto predomina sobre la ilustración (¿post-viñeta de prensa?¿post-libro?).
- Millán y Noguera tiran de lo referencial, pero a su manera, elaborando descabellados mashups: Los Alcántara y las matemáticas de bachillerato, Locke y la ópera, CSI y el queso. (¿post-posmoderno?)
- Si Baudrillard acuñó el termino hiperrealidad como una realidad fabricada más real que la realidad misma, lo que hacen estos señores podría definirse como hiperlógica: el hecho de que un fantasma se golpee la cabeza contra una viga supone un fenómeno paranormal dentro de un fenómeno paranormal; si el helio agudiza la voz, basta insuflárselo a un bebé chillón para que su berrinche desaparezca, convertido en ultrasonido; y no les cuento como la matemática pura dice que Antonio Alcántara llegaría a alcanzar la velocidad de la luz en “Cuéntame”, si esta serie siguiese emitiéndose unos años más… (¿post-empirismo?)
- Más allá de si cada uno de los 50 capítulos hacen gracia o no, en conjunto, la lectura del (no)tebeo genera la sensación de llevar implícito un subtexto arcano y revelador que se nos escapa. No sé que pasa en muchas de esas páginas, pero desprenden algún tipo de verdad que quizá descifremos dentro de unos miles de años (¿post-conciencia?).
Si se hacen con el tomo, les auguro unas buenas dosis de satisfacción post-lectura.
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