Robert Zemeckis

Beowulf

beowulf

Se intuye desde la portada. La esperadísima adaptación de Beowulf, obra de Santiago García y David Rubín, es una novela gráfica en la que impera la dualidad: Beowulf/Grendel, García/Rubín, literatura/cómic, antigüedad/modernidad… Para explicar mejor esa naturaleza dual, recurriré a otros dos tebeos que me vinieron a la cabeza mientras leía el que nos ocupa.

El primero, la adaptación del Génesis bíblico por parte de Robert Crumb. Allí se nos presentaba una pieza de proto-literatura trasladada a otro medio de expresión, pero absolutamente libre de variaciones que la pudieran aproximar al modo de pensar actual. Ese primitivismo literario e ideológico como núcleo de un artefacto cultural moderno  produce un intenso shock en el lector, un shock altamente revelador. La adaptación de Beowulf  de García/Rubín no llega a tales extremos de literalidad respecto a la fuente, pero se mantiene muy fiel a la misma, evitando añadidos revisionistas que la pongan más en contacto con el presente. Ojo, no pretendo ir aquí de experto en literatura inglesa antigua, sobra decir que no he leído el poema original ni tengo capacidad para ello. Simplemente infiero esta naturaleza “primitivista” de la lectura de la obra y su comparación con otras adaptaciones más dadas al revisionismo como la también excelente película de Robert Zemeckis. En todo caso ese shock cultural está ahí, como en el Génesis de Crumb.

La segunda obra relacionada sería We3, de Grant Morrison y Frank Quitely. Se trata de un tebeo altamente experimental en su narrativa, que viene cargado de conceptos que invitan a la reflexión, pero estas ideas se articulan, sobre todo, a través de impresionantes secuencias de acción excelentemente narradas y coregrafiadas. En ese tebeo, además, los protagonistas son animales, y los autores ponen especial empeño en que el lector experimente la historia desde su punto de vista. Ni que decir tiene que las escenas de acción en Beowulf son largas y espectaculares; era de esperar visto lo visto en El Héroe. Pero a diferencia de la anterior obra de Rubín, ahora todo es  estética y narrativamente más concentrado, poniendo  énfasis en un pequeño número de elementos que quedan perfectamente (y cuando hace falta, espectacularmente) definidos: recreación de ambientes desnudos de lo no esencial,  la idiosincrasia psico-física de Grendel y demás monstruos en contraposición a la de Beowulf, la visceralidad de las batallas…

A parte de todo esto, el tebeo hace gala de recursos narrativos avanzados que fluyen con naturalidad, que multiplican la densidad informativa sin resultar engorrosos. A nivel plástico la cosa tampoco se queda corta: en ocasiones las planchas toman apariencia de pinturas abstractas “neocárnicas”, fusionando las sensibilidades de Jackson Pollock o Francis Bacon con los aquelarres de carne imaginados por Clive Barker, H. R. Giger o David Cronenberg.

En conclusión, de entre todas las dualidades presentes en este Beowulf, la más relevante es su fusión de literatura primitiva y cómic de vanguardia. Lograr que el cruce de ambos universos funcione bien no está al alcance de cualquiera, pero este par de “figuras” lo han conseguido con nota.