La última de Vicenzo Natali es una de esas películas a las que, para sacar de su “penaniglorismo” crítico y comercial bastaría con introducirla en el mercado con la firma de un nombre de más enjundia. Pongamos en este caso el de David Cronenberg.
Porque tras esa apariencia de película insustancial de “monstrua” y científicos locos, “Splice” tiene mucha mucha chicha. De hecho los que se esperen un slasher biotecnológico con sangre y muerte a borbotones van a quedar considerablemente decepcionados. El que la estrella de la función sea una mutante creada en laboratorio no debería desviar la mirada del espectador sobre sus creadores, convincentemente interpretados por dos actores de talla como son Adrien Brody y Sarah Polley.
Natali no se queda en la tópica superficie con disgresiones éticas acerca de trabajar con material genético humano en el laboratorio, va mucho más allá. Esta peli va sobre la inmadurez, sobre tomar conciencia de ser responsable de una vida (in)humana, sobre el concepto de propiedad aplicada a los seres vivos, y también sobre el hecho de proyectar las frustraciones, miedos y deseos sobre un tercero más débil. Los personajes de Clive y Elsa se erigen como novísimos arquetipos de la clase acomodada en la era post-ideológica: inteligentes, hedonistas, nerds en el sentido cool de la palabra (como mola su pisito freakie) y que ven y viven la vida como algo que no se debe tomar demasiado en serio. Pero siempre hay puntos oscuros, que el director canadiense adapta al contexto del film con enfermizos y fascinantes resultados.
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