Crash

Despues de casi doce años presumiendo (si, si, presumiendo) de no tener carnet de conducir, las obligaciones mundanas me hacen indispensable su obtención (resistí lo que pude).

Estoy con la parte práctica. Detras de las explicaciones del monitor hay un mensaje implícito fundamental: para conducir bien hay que «sentir» el coche, fusionarse con los mandos para saber cuando es necesario pisar el embrague, acelerar, cambiar de marcha… realmente el coche se convierte en una extensión del cuerpo conformando hombre y máquina un único organismo cyborg… Empezaba a «comprender» de verdad. Tenía que vover a ver «Crash«.

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Por supuesto, estoy hablando del supremo film de David Cronenberg estrenado en 1996, que adapta la igualmente genial novela de J. G. Ballard; no se confundan con aquella mierda oscarizada de hace dos temporadas que lleva el mismo título. Si hay que reivindicar una obra realmente visionaria y clarividente, esa es la que nos ocupa. Ballard entendió antes que la mayoría la importancia del automovil en el devenir de nuestra especie, utilizándolo en su obra como instrumento para explorar nuevos caminos en las relaciones humanas, sobre todo en lo que se refiere al sexo y su unión indisoluble con la muerte. Cronenberg se atrevió años antes a adaptar «El Almuerzo Desnudo«, después de semejante desafío, hacer lo mismo con la novela de Ballard no le debió suponer grandes dolores de cabeza. La peli le salió redonda.

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En el coche se concentran gran parte de los valores del mundo moderno: belleza, tecnología, lujo, poder, movimiento constante,… velocidad. Y la sublimación de toda esa fantasia de rapidez se ve representada en el choque. Los personajes de «Crash» son conscientes de su naturaleza cyborg, y la exploran a fondo. En ese nuevo estado de ser, el choque se presenta como el orgasmo definitivo, aquel que enlaza como ningún otro el placer, el dolor y la muerte. La identidad sexual ya no tiene sentido en su mundo; los atributos físicos propios de cada género quedan eclipsados por el tremendo magnetismo de las cicatrices y los dispositivos ortopédicos, verdaderos símbolos del nuevo estatus quo.

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Cronenberg decidió contar la historia de una manera nunca vista, pero perfecta para el material que manejaba: a base de polvos. Nunca antes este tipo de escenas fueron tan importantes para comprender una película; en muchísimos films su presencia se debe únicamente a motivos estéticos o comerciales, «Crash» es de las pocas películas no-porno que, sin escenas de sexo, no tendría sentido.

Por supuesto, dentro de la filosofía propuesta en el film, muchas de las secuencias de carretera deben considerarse también como sexuales. Lejos del esteticismo propio del cine de acción, son cortas, nerviosas e intensas. Los choques se muestran tal cual, sin camaras lentas ni fuegos artificiales. Si algo no se puede desnaturalizar en «Crash» es el choque, esa explosión absoluta de violencia contenida en unas décimas de segundo.

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«Crash» es ciencia-ficción con muy poca ficción, futuro en el presente. Es una muestra de las nuevas formas de entender el sexo en este siglo que empieza. Ver «Crash» hoy equivale a escuchar «The Velvet Underground» a finales de los 60. Una experiencia totalmente visionaria. Y si no… al tiempo.