Äkta Människor

Real Humans

No soy ningún experto en Suecia, pero por cultura general (y pop) sé que se trata de uno de los países más avanzados del mundo en cuanto a desarrollo del tan inalcanzable en estos tiempos “estado de bienestar”. Son conscientes, y posiblemente por ello, en la sociedad sueca existe cierto grado de hipersensibilidad hacia todo aquello que pueda amenazar su modo de vida y  su garantista  estado de derecho. Ahí tenemos, por poner dos ejemplos fáciles, el éxito de la trilogía  Millennium, sacando a flote el lado oscuro corrupto-misógino del país o el exceso de celo puesto en el caso Assange, al que la opinión pública sueca ha condenado de antemano,  seguramente valorando más el crimen del que se le acusa (acoso y violación menor) que las circunstancias e intereses que rodean al caso.

Ante semejante panorama, la serie “Äkta Människor” (internacionalmente “Real Humans”) presenta un altísimo interés sociológico-bizarro, pues en ella se trata el (todavía ficticio) “problema robótico” desde el punto de vista sueco, además orientado hacia una audiencia autóctona masiva, pues fue emitida en prime time por el primer canal de la SVT, la equivalente sueca a la BBC o a nuestra RTVE . En ella nos es mostrado un presente alternativo en el que los robots de apariencia humana comercialmente conocidos como Hubots triunfan como producto de uso doméstico e industrial. Pero este estado de bienestar sustentado por robots peligra por dos frentes: hubots que han obtenido (ilegalmente)  el don del libre albedrío y extremistas humanos que ven a los hubots como el principio del fin de la humanidad.

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Hasta aquí todo suena tópico, pero tan solo visionando el primer capítulo de la serie se puede apreciar su  peculiar enfoque. En ella se mezclan lo naif, lo cómico y lo siniestro en originales formas. Como si de una serie española se tratase, hay una línea argumental y unos personajes pensados para cada segmento de público: El anciano con problemas con su estricta hubot geriátrica, la madre trabajadora que tiene que dejar en manos de su asistenta robot el cuidado de su hija pequeña, el hijo adolescente rondando por allí con las hormonas revolucionadas y tremendas tentaciones hacia una hermosa muñeca que no se va a quejar si quiere hacer uso ilícito de ella, un currante que ve su vida venirse abajo por la incursión de los hubots en su entorno familiar y laboral, su mujer insatisfecha tirado de entrenador personal sintético para saciar sus apetitos sexuales… Pero a diferencia de lo que pasa en las series patrias multitarget , en ésta las tramas no toman por tonto al espectador, están llenas de dilemas y ambigüedad, de forma que no posicionan a los personajes como buenos y malos sino como gente con sus circunstancias. Además, dichas líneas argumentales se entrecruzan formando un todo coherente que da una buena visión de conjunto del tema tratado.

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A destacar también el acabado estético de la serie, con una puesta en escena en colores pastel y un excelente (y malrrollero) trabajo de maquillaje que nos hace dudar si los hubots están interpretados por actores (gran trabajo el suyo también) o fueron creados con lo último en efectos visuales animatrónicos. Ese ambiente kisch contrasta con la profundidad de la serie en lo psicológico y lo sociológico. Realmente, los hubots son una herramienta narrativa para evidenciar nuestras necesidades y carencias. Las conclusiones son claras: Demandamos una atención continua que no tenemos. Más que amigos o pareja, queremos seres vivos “cosificados” que no nos lleven la contraria y nos den el parabién en todo. Ahí están los dueños de mascotas y los viejos verdes “capturados” por jovencitas con segundos intereses para demostrarlo.