Miedo le estoy cogiendo a ciertas películas europeas multi-premiadas y multi-aclamadas, y más miedo aún si son nominadas a los Oscar. Tanta unanimidad da que sospechar… Quizás esté afectado todavía por la decepción que para mi supuso La Cinta Blanca, un film laureado allí donde se presenta (el Oscar se lo lleva fijo), pero que sin embargo descubre a un Haneke domesticado, excesivamente explicativo y que mira más al pasado que al “ahora”.
Con este condicionamiento no me esperaba demasiado de Un Profeta (Jacques Audiard), una cinta en ciertos aspectos hermana de la anteriormente mencionada: ambas cosechadoras de elogios, ganadoras de premios gordos en Cannes y nominadas al Oscar a mejor película extranjera. Me alegro de poder afirmar que mis prejuicios estuvieron totalmente errados.
Porque Un Profeta está llena de rabia, nervio, agilidad y actualidad. Un “polar” de los buenos, ambientado en la mayor parte de su metraje en una cárcel de la Francia multiétnica que se dio a conocer al mundo con los famosos disturbios de hace unos años. Una historia criminal ambigua a más no poder, que sigue las andanzas de Malik El Djebena (encarnado espléndidamente por Tahar Rahim), un joven de origen árabe que a través de un escalofriante rito iniciático (a su pesar) se convierte en lacayo de un cabecilla de la mafia corsa, que dirige sus negocios desde dentro de los barrotes.
La trayectoria de Malik constituyen un reflejo de la vida misma en toda su complejidad, condicionada por las relaciones de poder, los odios enterrados, la resignación, la autoafirmación y el gozo que se puede encontrar en las pequeñas cosas.
No puedo decir a ciencia cierta si lo que presencié en las dos horas y media de metraje fue un proceso de renacimiento y afirmación o por el contrario uno de autodestrucción total. Lo que si me quedó claro es que la peli está de puta madre.
Tráiler:
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