2009 ha supuesto para Werner Herzog el regreso con honores al cine no-documental. Tras más de dos décadas de cuasi-sequía en cuanto a largos de ficción, el año pasado ha entregado dos obras magníficas, ambas rodadas en EEUU con el mismo equipo técnico. De la primera, el pseudo-remake de “Teniente Corrupto”, ya comenté algo aquí, pero hace poco he podido ver (como no, por “vías alternativas”) su siguiente trabajo, la no menos impactante “My Son, My Son, What Have Ye Done” a la que dedico estas líneas.
Tomando como base un terrible hecho real, Herzog nos propone un delirante viaje al fondo de la mente. La crónica de la deriva psicológica de Brad McCullum es narrada a través de flashbacks que ilustran los testimonios de los amigos del protagonista, mientras éste es asediado por la policía en su propia casa, donde se refugia con dos supuestos rehenes. Una casa situada en una de esas mega-urbanizaciones americanas levantadas en el medio de la nada. Localización magistralmente aprovechada por el director alemán para reforzar el sentimiento de alienación que no nos abandona en todo el metraje.
Otra recurso realmente bien utilizado en el film es la alusión a esos breves estados de “fuga de la realidad” que todos sufrimos alguna vez: la sensación de tiempo congelado, de extrañeza hacia lo cotidiano, o de ensimismamiento hacia algo de gran belleza que se nos presenta ante los ojos…ese tipo de estado mental es en el que se encuentra atrapado el protagonista. Interpretando a Brad, Michael Shannon demuestra su tremenda habilidad a la hora de ponerse en la piel de personajes desequilibrados, una faceta que sigue explotando en la serie “Boardwalk Empire”, donde debería aparecer mucho más.
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Toda una prueba fílmica de que Herzog no ha perdido el toque a la hora de sacar a relucir ciertos aspectos de la naturaleza humana que nos empeñamos en negar. Pese a vivir en la supuesta “era de la razón”, no podemos escapar al absurdo de una realidad que nos sobrepasa.
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