De un tiempo a esta parte, los telediarios no se cansan de advertirnos sobre los temibles “atraca-chalets”. Independientemente de la probabilidad real de ser víctima de uno de estos robos violentos (cuasi-nula si en tu casa no hay mínimo dos cajas fuertes) , la gente tiene cada vez más miedo de ser asaltada en su propio hogar. Las medidas a tomar van desde poner una puerta blindada o un sistema de alarma hasta la opcíón más cara a la vez que aterradora: vivir en zonas residenciales cerradas y vigiladas las 24 horas. Aterradora porque el individuo se excluye de su propio entorno, aterradora porque el que la adopta cree que los problemas sociales se arreglan asimétricamente y a base de pasta, y sobre todo, aterradora en lo que supone someterse a un régimen orwelliano de manera voluntaria.
En la producción mexicana “
El film explora brillantemente la quimera de crear una «sociedad fuera de la sociedad», un mundo que reniega de los problemas y las normas del exterior, pero que tiene que luchar contra sus propias incongruencias internas. Resulta también muy interesante la forma de plantear las relaciones entre los padres, arquitectos del nuevo orden, y los hijos, criados en esa realidad de diseño. Ambos aspectos crean un fuerte vínculo entre esta película y otra aparentemente distinta, la excelente «The Village» de M. Night Shyamalan.
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