Hace tiempo que quería abordar la lectura de «Gantz» de Oku Hiroya, un manga del que solo conocía vagamente su base argumental: Un grupo de personas «recién muertas» se materializan en una habitación con una extraña esfera negra en su centro. Dicho artefacto les proporcionará armas y les enviará, quieran o no, a cumplir peligrosas misiones asesinas.
Tras leer estos días unos cuantos tomos , llego a la conclusión que la bizarrez de su argumento se extiende con creces al resto de aspectos de este delirante y excesivo manga. Para que se hagan una idea de a que me refiero, ahí van una serie de conceptos que conforman la esencia de esta auténtica ida de olla:
Efecto «Lost»
Un poco injusto llamarlo así pues «Gantz»(2000) es muy anterior a la famosa serie de TV. Para que nos entendamos, me refiero al concepto «grupo heterogeneo de individuos obligados a sobrevivir en una realidad hostil totalmente ajena a su experiecia«. Realmente el manga toma como fuente de inspiración la película «Cube» (1998), y así lo deja claro uno de los personajes cuando menciona el film mientras está en la habitación. Esta situación crea una atmósfera de desconcierto que deja al lector con unas ganas tremendas de saber qué diablos está pasando.
Para reforzar todavía más estas sensaciones, el autor construye esta nueva realidad a base de surrealismo y no-sense: Pese a las seriedad de la situación, Gantz se comunica con sus soldados forzosos de forma infantil a la vez que despectiva. Según la enigmática esfera, los objetivos de las «cacerías» son alienígenas, sin embargo, presentan formas y actitudes totalmente disparatadas difícilmente asociables a un ejercito invasor venido del espacio. Los despistados protagonistas se encuentran con cosas tan raras como robots con forma de un popular cantante japonés que al oprimirles el pecho sacan pájaros gigantes por la boca, un Buda asesino de 30 metros de altura o dinosaurios capaces de ponerse sobre dos patas y pelear como un ser humano.
Fantasía de poder adolescente
El protagonista de la historia, Kei Kurono es un salidísimo estudiante de instituto, objeto de las burlas de sus compañeros a causa de sus erecciones en momentos inoportunos, y que, para mas inri no se come un rosco. Aunque en un principio se ve superado por su nueva situación al servicio de Gantz, poco a poco le coge el gusto a la cosa: se le da muy bien matar bichos, en el campo de batalla es el puto amo, sus compañeras de batallón se lo rifan, y aplicando la experiencia adquirida en las cacerías, triunfa también en el instituto, dejando KO a cuanto abusón se topa en su camino. ¿Qué adolescente no firmaría por vivir algo así? Si James Ballard escribiera «shonens» seguro que le saldría algo como esto.
(mucho) Sexo y (mucha) Violencia
Si hubiera que elegir un tebeo que represente lo mejor posible el estereotipo de manga/anime cargado de sexo y violencia gratuita, ese sería sin duda «Gantz». Las batallas resultan en brutales carnicerías, con miembros amputados por doquier y un enfermizo detallismo a la hora de mostrar los desmembramientos y los impactos de los disparos.
El autor no se priva en sacar a las protagonistas en pelota picada, y digamos que la elipsis no es un recurso que utilize mucho a la hora «narrar» los coitos. Aunque para sexo gratuito, las pin-ups ataviadas con «equipamiento Gantz» que usa como separadores de capítulos en los tomos del manga.
La máxima sordidez en cuanto a sexo y violencia se da cuando ambos aparecen mezclados: violaciones cada dos por tres, chicas que se revelan como repulsivos demonios multiformes en pleno coito, Kurono concentrándose en las tetas de una de sus compañeras mientras le deshace (literalmente) la cara a uno de los «aliens»… vamos, nada que envidiar a los momentos más hardcore de la obra de David Cronenberg, Charles Burns o Clive Barker.
Melting Pot referencial
Desde «Matrix» no he visto ninguna obra que acumule tal cantidad de referencias directas e indirectas hacia otros productos pop. Como en el célebre film, la originalidad del manga no está en los conceptos que utiliza, sino en como se mezclan para configurar algo único. La carga referencial es tan grande que la serie conforma un auténtico mapa del inconsciente colectivo pop japonés, reforzando si cabe el halo onírico presente en cada una de sus viñetas.
En resumidas cuentas, por méritos propios «Gantz» se sitúa en lo más alto del pabellón bizarro, con el valor añadido de pertenecer a la esfera mainstream, donde resulta mucho más difícil sacar adelante este tipo de productos. Ya van publicados más de 20 tomos y parece que la cosa tiene cuerda para rato. Pese a quien pese, ya se ha convertido en un clásico de la desmesura y la «irresponsabilidad artística».
Es extraño toparse con un antihéroe como Kurono, pienso en los héroes del comic americano: asexuados y llenos de valores positivos, o en otro caso antihéroes trágicos y magníficos, y Kurono no encaja bien en ninguna categoría, se parece mucho a la vida real, egoísta, miedoso, con esa frustración sexual que, aunque nadie lo admitirá, puebla los espacios posmodernos, donde el deseo ha mutado terriblemente. En el manga japonés tampoco los héroes son comúnmente retratados con vicios, o si lo son es para magnificar sus habilidades, los flojos, despreocupados y de naturaleza ingenua pero de poderes (y valores) increíbles.
Desde el individualismo depresivo de Shinji, en Evangelion, no había visto un personaje tan descaradamente real.
En efecto, la caracterización de Kurono es magnífica. Ya destaca desde su primera escena en el metro, cuando podemos «oír» sus pensamientos despreciativos hacia la gente que le rodea, especialmente duros con el vagabundo.
Sin embargo, a la hora de la verdad acaba arriesgando su vida por él. Pero ese acto de heroísmo no viene del desinterés y la valentía, sino de una orden de Kato unida a la presión ejercida por el resto de los presentes hacia él. Simplemente genial.