La piel que habito

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Una de las características que distinguen a un gran realizador de los del montón es que seamos incapaces de pensar en sus obras hechas por otros, que tengamos claro que si un tercero pretendiese poner en imágenes sus guiones, incurriría en desastre absoluto. Atendiendo a ese baremo, “La piel que habito” le daría a Pedro Almodóvar la categoría de genio absoluto.

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Porque la sublime fusión de géneros, referencias y tonos emocionales que encontramos en esta película ni siquiera  puede ser explicada, solo experimentada a través de la mirada de su autor. Parece mentira como, a través de una historia a todas luces artificiosa, fantástica y excesiva, el manchego consigue atrapar la sutil y contradictoria esencia  de la vida real, eso que vincula la tragedia con la risa, la crueldad con el amor, la belleza con el horror… “La piel que habito” es  fantástica en la superficie, pero hiperrealista en lo subliminal.

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Esa maestría almodovariana se puede apreciar todavía mejor leyendo “Tarántula”, de Thierry Jonquet, la novela de  en la que se basa el film. La historia del libreto ha sido retocada respecto a la original para añadirle ambigüedad. Si en la novela el crimen que desencadena la acción es rotundo en su intencionalidad y ejecución, Almodóvar lo transforma llenándolo de atenuantes, o siendo políticamente incorrectos, distribuyendo culpa más allá del criminal. Un detalle que transforma por completo el juicio del espectador sobre los personajes, ahora más “borrosos”, más perdidos, más como la vida misma.

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Pero tampoco nos pasemos dándole todo el crédito a Almodóvar. Aún con él a los mandos, sin unos actores a la altura de las circunstancias, esta película hubiera sido un desastre. No falla ni uno, desde los inconmensurables Banderas y Anaya hasta el “hermanísimo” Agustín Almodóvar en su cómico cameo. Y a nivel imaginario pop, Elena Anaya con su máscara y su mono diseñado por Jean Paul Gaultier, clásico desde ya.

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Como nota final, subrayar que todavía no he leído ninguna crítica o reseña que señale la entrada de Almodóvar en la esfera de la “Nueva Carne” cuando a todas luces “La piel que habito” está impregnada de filosofía e imaginería neocárnica, empezando ya por el título. Una muestra más de la poderosa personalidad autoral de Almodóvar, que experimentada en su conjunto, evita asociaciones con nada que no sea el propio Almodóvar.