Top30 (XXVIII): The Wayward Cloud

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The Wayward Cloud”, titulada en España “El Sabor de la Sandía” supuso mi entrada en el particularísimo universo cinematográfico de Tsai Ming-Liang, y también el inicio de mi pasión por ese tipo de cine vacuo en apariencia pero cargado de significado y poesía visual, practicado por colosos como Jia Zhang Ke, Apichatpong Weerasethakul, Gus Van Sant (en modo no comercial) o el que nos ocupa. Cine puro de verdad, porque su contenido narrativo es intransferible a cualquier otro medio de expresión.

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Aún dentro de esta categoría de cineastas, Tsai Ming-Liang es un caso extremadamente particular. Todas sus películas (menos una) están protagonizadas por el mismo personaje, Hsiao-kang interpretado por Lee Kang-sheng. Así, salvo contadísimas excepciones, cada film del director malayo supone un nuevo capítulo de una de las más grandes biografías ficticias jamás creadas para cine. Yo me subí al carro en el “episodio quinto”, con Hsiao-kang recién metido a actor porno. No tardé nada en repescar lo que me había perdido.

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A nivel fundamental, la historia de Hsiao-kang es también la historia de los millones de personas víctimas del “progreso” hipercapitalista. Personas que viven apiñadas en colmenas de cemento pero están solas, personas que pasean por calles cubiertas de neones multicolor pero están tristes, personas que, en definitiva, viven como zombies, pero sienten como humanos. La hipertrofiada Taipei no es solo una localización, es un personaje, quizá el más influyente en la vida de Hsiao-kang.

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“The Wayward Cloud” es la segunda película de Ming-Liang donde la tónica antinarrativa e hipercostumbrista de toda su filmografía se rompe a través de escapistas secuencias musicales; hilarantes,  bizarras y coloristas, que sin embargo refuerzan los sentimientos de melancolía y alienación que nunca abandonan al espectador durante el metraje. También se presenta en este film otro surrealista recurso de su autor: plantear una situación absurdamente apocalíptica de fondo. En este caso, una alarmante sequía que obliga a la gente a hidratarse consumiendo sandía. Metáforas del verdadero apocalipsis, el que se cuece en el plano psíquico.

Aún con todo, detrás de toda la miseria, soledad y melancolía que supura el cine de Ming-Liang, siempre hay sitio para la poesía y para la magia. Eso que convierte cosas como compartir un cigarrillo,  cocinar unos fideos con marisco o realizar una gracieta acrobática para robar una sonrisa en los momentos más importantes de la vida.

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