Ya en casa tras mi pequeño periplo italiano. Como se pueden imaginar, me harté de observar con mis propios ojos cantidades ingentes de obras maestras de la antigüedad clásica, el Renacimiento y el Barroco.
En lo referente a escultura, quedé realmente impactado por El Rapto de las Sabinas de Giambologna. Lo que vi no fue siquiera la estatua original, sino su réplica 1:1 en la Piazza della Signoria en Florencia (la original estaba en la Galleria dell’Academia, en restauración tapada por un toldo), pero pienso que la experiencia no se ha visto demasiado perjudicada por ello. La cuestión es que según te movías a su alrededor descubrías nuevos y sorprendentes matices ocultos a la vista en otras posiciones. Realmente no existía una parte delantera clara, la pieza es tremendamente interesante desde cualquier punto de vista.
Más tarde, indagando en Internet sobre ella (artículo de Wikipedia, no se crean que fui a “lo profundo”) descubro que su planteamiento teórico tiene mucho que ver con mi apreciación. Resulta que en la época existía cierto rifirrafe entre la pintura y la escultura, y los partidarios de esta última esgrimían a favor de su superioridad que la pintura solo era observable desde un punto de vista (frontal) frente a la multiplicidad de ángulos que ofrece la escultura. Con todo, se popularizó la idea de que, para hacer valer esa superioridad, las obras deberían ser interesantes desde todos los puntos de vista, o como decía Cellini, de disponer al menos de 8 ángulos satisfactorios (sic).
El Rapto de las Sabinas no fue un encargo, ni siquiera fue pensada como una recreación del mito al que se refiere su título, pues el nombre se le puso a posteriori. Se trata de un ejercicio de estilo de Giambologna, un desafío a la tesis de los 8 ángulos que superó con creces.
Resulta interesante comprobar que las luchas teóricas entre medios de expresión y la exploración constante para sacar partido a recursos exclusivos de cada uno viene de muy atrás. Lo primero me parece una bobada precisamente por lo segundo: cada medio tiene sus propios recursos y la comparación transmedia no cabe más allá de lo puramente sentimental.
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