Recientemente he visto dos películas muy diferentes entre si pero con una importante característica común: ambas finalizan con una larguísima superbatalla que consume buena parte de sus metrajes. Estoy hablando de “Transformers: El Lado Oscuro de la Luna” de Michael Bay, y “13 Asesinos” de Takashi Miike. Mi obsesión por comparar me ha llevado a ciertas conclusiones de las que quisiera dejar testimonio.
Primero, sobre el concepto de “acción pura”: no funciona ni funcionará jamás. La frecuentísima demanda de los espectadores en cuanto a “menos hablar y más hostias” en las películas de acción suele producir horrendos engendros cinematográficos cuando es escuchada. Esto es así tanto para la palomitera saga “Transformers” (en especial las secuelas) como para films de intención hiperrealista tipo “Blackhawk Derribado”. Los puntos álgidos no pueden serlo sin momentos de reposo, por tanto, la única lógica viable en este tipo de films es la del bajón-subidón. Incluso en la magnífica “13 Asesinos”, 40 minutos seguidos de batalla se hacen largos, pese a su excelente factura técnica y narrativa.
De todas formas, ese minutaje un poquito estirado de la de Miike es pecata minuta comparado con lo de Bay, porque en ese caso, sobra media hora como mínimo. La razón es la que diferencia una buena película de (o con) acción de una mala: que al espectador le importe el resultado de la contienda. En “13 Asesinos”, las secuencias previas a la batalla nos permiten conocer a los personajes y sus motivaciones, nos hacen desear que ganen y nos dejan en la incertidumbre en cuanto a quién vivirá y quién morirá. En “Transformers 3”, todo da igual, la batalla es pura pirotecnia, no conocemos a los personajes ni sus motivaciones, porque lo que allí aparece difícilmente se pueden considerar personajes. Se trata de acción en sentido abstracto, absolutamente desprovista de contexto.
En conclusión, “Transformers 3” es una película mala en sentido clásico, pero también tremendamente futurista y en ciertos aspectos, incluso vanguardista. Se trata de un blockbuster en su forma más pura, desprovisto de los lastres con que previamente cargaban estos productos: guión, personajes, estructura… todos pésimos, y que solo estorbaban. Así, parece que entramos en la era de lo que se podría acuñar como blockbuster abstracto, cuya gestación tuvo lugar en la pasada década con exitosas sagas como “La Momia” y “Piratas del Caribe”. Una nueva categoría en lo audiovisual cuyo medio natural de exhibición no es una sala de cine, sino la sección de imagen y sonido de un hipermercado, en cuyos mosaicos de televisores HD podemos admirar la grandeza de las imágenes durante cinco minutos, para después seguir consumiendo como ciudadanos de bien.
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