Accattone

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Hasta hace bien poco no había visto completa ni una sola película de Pasolini, pero eso no me suponía impedimento para crear una idea de su cine en mi cabeza.  Ante todo, lo tenía como un autor muy de tesis, como un intelectual muy de su época: adscrito a alguna ideología terminada en “ismo”, poco amigo de aceptar cualquier realidad que contradiga ese “ismo” y empeñado en plasmar en pantalla el correspondiente discurso asociado de una manera artística a la vez que didáctica. Vista Accattone, su ópera prima, quedan despejadas todas las dudas acerca de ese supuesto academicismo teórico alejado de la realidad que le atribuía. Pasolini realmente sabía de lo que hablaba, e independientemente de cómo hubiera evolucionado su estilo, esta película lo valida para desplegar toda la teoría que le apetezca en sus siguientes trabajos.

Mientras visionaba el film, me asaltaba una constante e imposible sensación de déjà vu: me resultaba tremendamente familiar un contexto (una barriada pobre de Roma a principios de los 60) totalmente ajeno a mi experiencia. La familiaridad me venía de oídas. El comportamiento de los personajes coincidía con lo que he oído sobre la gente que vivía por aquí  más o menos en esa época: más “básica”, que gritaba mucho, que decía en voz alta lo que pensaba (aún resultando cruel para el que lo oía), que iba cantando por la calle (pese a la miseria), que por menos de nada montaba una pelea por defender el honor de alguien, y, sobre todo, que vivía sus calamidades en clave de comedia para los estándares actuales. Pasolini ha sabido retratar magistralmente “la calle” y sin querer ha demostrado que España no es Italia, pero se le parece mucho.

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El naturalismo extremo que Pasolini y sus actores imprimen al film equivale pues al obtenido por Tsai Ming-Liang o Jia Zang Ke aquí y ahora, a principios de siglo XXI. La diferencia está en los cambios que ha sufrido el mundo en ese aproximadamente medio siglo. Ahora estamos más solos y deprimidos; por eso, a diferencia de lo que ocurre con sus “hermanas” contemporáneas, en Accattone se habla mucho y muy fuerte. Y sobre todo, los dramas nunca tienen origen en la mente del individuo,  en sus “ralladuras”; siempre vienen de necesidades reales y de unas condiciones de vida realmente duras. Así, pese a toda la miseria y degradación a las que se ven sometidos los personajes, éstos aguantan lo que les echen con una actitud que raya el hedonismo. Muy triste, lo de antes y lo de ahora.

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P.D.: Mientras terminaba de escribir el post, leo este brillante artículo de Carlo Padial que, de alguna manera, tiene puntos de contacto con todo esto que cuento. Léanlo ya!