La idea de vivir aferrado a un clavo ardiendo, de creerse uno tan especial que pertenecer a los “escogidos” pase, en tu cabeza, de posibilidad remota a inevitable destino. Ante estas conductas disociativas, muchos dicen que “de ilusión también se vive”. Otros pensamos que generan amargura a toneladas, que alimentan la destructiva idea de no ser nadie, minando poco a poco la moral del “portador de la ilusión” y por extensión, la de quienes le rodean.
Cada vez es más fácil hundirse en esta suerte de delirios de grandeza. Antes, para que surgieran, al menos existían una serie de prerrequisitos: jugar bien al fútbol , petarlo en los karaokes, imitar a (la voz de) Robert De Niro como nadie… Ahora ni eso. Aunque no tengas nada de especial, siempre quedarán Gran Hermano y similares. TÚ eres ESPECIAL por ser TÚ, alguien lo verá algún día (casting de por medio) e inevitablemente acabarás haciendo bolos en discotecas periféricas y (por qué no) en el Sálvame Deluxe.
En Reality, Matteo Garrone aborda esta problemática desde una punto de vista bastante felliniano, en un contexto cómico-grotesco tirando del arquetipo de italiano que tenemos fuera de Italia. Él es de allí, así que solo nos queda creer que en esta ocasión el tópico tiene algo de verdad. En todo caso, el circo real organizado en torno a Gran Hermano aquí en España no dista mucho de la recreación de Garrone en la peli.
Reality no repite el ejercicio de realismo sucio llevado a cabo en Gomorra, el anterior (y espléndido) film de Garrone, pero aporta un nivel de verdad equivalente.Una verdad, si acaso bañada en un sentimiento de tristeza y melancolía propio de vivir (o ver a alguien vivir) demasiado tiempo y demasiado intensamente de la ilusión.
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