A nivel de popularidad, 2001 fue un buen año para David Lynch. “Mulholland Drive”, ese piloto de TV rechazado por la ABC, retocado con fondos franceses y reconvertido a película lo puso en el candelero como no estaba desde los ya lejanos tiempos de Twin Peaks. Hasta una nominación al Oscar le concedieron.
Lo que casi nadie sabía (ni sabe) es que “Mulholland Drive” es realmente una nueva versión (o autoplagio, poniéndose malvados) de su anterior película, la bastante desconocida entonces “Carretera Perdida”. La alucinada estructura de ambas, que bascula entre la abstacción y el onirismo, esconde el mismo concepto clave: Una persona que intenta fugarse de su realidad para acabar dándose de narices de nuevo con ella.
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“Carretera Perdida” fue mi vía de entrada al Universo Lynch. El film no me pareció fácil en absoluto, vamos, que a la primera no me enteré de nada. Recuerdo haberla visto en el salón de la residencia de estudiantes en la que vivía, lleno a barrote. El público fue cayendo hasta que solo quedamos cuatro o cinco al finalizar la sesión. Acto seguido rebobinamos el VHS y vuelta a empezar. Fue la segunda de muchas veces más en días posteriores. Demostrado: A Lynch lo amas o pasas de él como de la mierda.
Para el recuerdo queda la frase “Dick Laurent está muerto”, la casa ardiendo “al revés”, los coitus interruptus, las cintas de video, la aparición estelar de Marilyn Manson, la banda sonora de Bowie, Trent Reznor, Barry Adamson el propio Manson y los entonces cuasi-desconocidos Rammstein… Pero si me tengo que quedar con algo es con el muy pasado de rosca primer encuentro entre Fred y el “Hombre Misterioso”, que se le aparecía de vez en cuando para ponerle los pies en la tierra:
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Semejante obsesión con una peli resulta desproporcionada desde mi actual punto de vista acerca del “consumo cultural”. Pero no me arrepiento, porque gracias a ella descubrí un montón de “otro cine” fuera de los parámetros más o menos mainstream en los que me movía. Realmente marcó mi vida, al menos cinematográficamente hablando.
Cuando el grupito de lynchófilos analizábamos la película como posesos, nos comíamos el coco separando lo que era real y lo que fantasía del prota. Con los años comprendí mejor la naturaleza de este tipo de films, que hay que concebir como experiencias audiovisuales al margen de las narrativas convencionales y donde se debe dejar trabajar al inconsciente y la intuición. Vistos así son los más sencillos del mundo.
En fin, en los doce años posteriores he visto películas igual de buenas o mejores, pero sé que nunca disfrutaré de ninguna con tanta intensidad como lo hice con “Carretera Perdida”.
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