No sé ustedes, pero en lo que a mí respecta, una vez introducido en el mundo laboral me di cuenta que ciertas “prácticas intelectuales” solo son posibles disponiendo de ingentes cantidades de tiempo libre… o sea, haciendo vida de estudiante.
En ese saco metería sin duda mi obsesión por el Existencialismo ocurrida a principios de los dosmiles. Leí un buen montón de novelas, obras de teatro y ensayos pertenecientes a esta corriente filosófica. Ahora, visto con perspectiva, puedo decir que todo lo que realmente me interesa del tema está contenido en una novela: “La Caída” de Albert Camus.
Se dice que Camus fue un excelente novelista, pero un filósofo bastante limitado. Soy de los que pienso que sí era un buen filósofo, pero que expresaba mejor sus ideas sobre una novela que en forma de ensayo, cosa que los puristas de “lo teórico” miran con cierto desdén. Las ficciones son más adecuadas para plantear interrogantes sin respuesta clara, o con respuesta ambigua, y en esos terrenos Camus se mueve como pez en el agua. Precisamente en “La Caída” desarrolla, entre otros, un tema clave del pensamiento existencialista: el juicio de “el otro” sobre uno mismo. Este asunto se asocia habitualmente a su colega Jean Paul Sartre, pero en lo que a mi respecta saqué más en limpio de esta novelita que de los tostones sartreanos.
La cosa va de un abogado bienhechor, enchido de satisfacción por su propia bondad y el respeto y admiración que inspira en sus amigos y conocidos. Una fría noche paseando al borde del Sena, le parece escuchar un grito proveniente de un puente. No ve a nadie, pero sospecha que alguien podría haber caído al agua. Para evitar el dilema moral de acudir o no al rescate, que implicaría un gélido y peligroso chapuzón, se hace el tonto y sigue andando sin comprobar nada. En los días posteriores, el (secreto) suceso comienza a obsesionarle cambiando su percepción de la realidad: a lo mejor no era tan querido, ni tan bueno, ni tan poco egoísta, y a lo mejor sus amigos no eran tan amigos… Infierno psicológico montado, con reflexiones tan ambiguas que el lector ha de sacar sus propias conclusiones acerca de la situación.
Respecto al dilema inicial del rescate, yo tengo una respuesta clara, y es la misma que da el personaje de Woody Allen en “Manhattan”:
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Actualización/Corrección: Tras echarle una ojeada a la novela caigo en la cuenta de que el suceso del puente difiere un poco a como yo lo cuento, el narrador/protagonista no oye un grito sino «una risa que se alejaba» y que «solo podía venir de abajo»… osease, que el teórico accidentado podría ser un suicida. En fin, hace casi una década (ya?!) que leí el libro y mi memoria no es perfecta.
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