Seguro que al consumidor (sub)cultural curtido le vendrá rápidamente a la cabeza lo que tienen en común los tres primeros nombres del título del post: Se trata de autores que en un momento dado de sus carreras han producido obras de tremendo impacto en sus respectivos medios. Trabajos que, por su arrollador éxito de crítica y público, han alcanzado un alto nivel de penetración cultural y han servido de “modelo de trabajo” a otros autores del ramo… y ahí viene lo chungo.
En TDKR salía Batman armado. Después vinieron las malinterpretaciones.
Exceptuando una minoría que ha conseguido asimilar las enseñanzas de esos maestros para integrarlas en un discurso propio, la mayoría de los “iluminados” por “The Dark Knight Returns”, “Watchmen” o “Pulp Fiction” se han limitado a copiar lo que más le gustaba de esas obras sin el talento necesario para combinar y manejar los recursos que han tomado prestados y sin más criterio que el “¡Esto va a molar mucho!”. Así, en los noventa y parte de los dosmiles hemos tenido que soportar ingentes cantidades de infumables tebeos de superhéroes grim and gritty y un buen montón de insulsas películas ambientadas en el mundo del hampa con historias entrecruzadas y diálogos supuestamente ocurrentes.
En mis últimas experiencias como espectador de thriller coreano, he llegado a la conclusión de que Park Chan-Wook se ha convertido en miembro de pleno derecho de ese selecto club de autores que, en contra de su voluntad, han creado monstruos. El éxito de su “Oldboy” en el ya lejano 2003 ha marcado tendencia en su país. Desde entonces, allí no paran de estrenarse (y exportarse) hiperviolentos thrillers de impecable factura y elegantísimo estilo visual. Da la impresión que con cada nuevo film, sus autores quieren ir un paso más allá de lo visto hasta el momento: más violencia, más degradación moral, más prodigio técnico, más adrenalina… pero también más gravedad, más solemnidad, menos humor (negro), menos ironía, menos conciencia autoparódica… En resumen: películas que se han despegado de lo que hizo grande a su modelo original.
Dos buenos ejemplos de lo que cuento son las recientes “Encontré al Diablo” (Kim Jee-woon, 2010) y “The Yellow Sea” ( Na Hong-jin, 2010). Películas que demuestran que el país donde fueron hechas se ha erigido como una superpotencia cinematográfica capaz de dar lecciones a la todopoderos industria de los EE.UU. incluso a la hora de poner en escena secuencias de acción, y ya no digamos en lo que se refiere a producir un cine masivo que no se burle de la inteligencia de la masa. Pero las películas anteriormente comentadas están absolutamente salidas de madre, cargadas de violencia que no se justifica de ninguna manera, ya sea desde la épica y el humor más o menos subterráneo (tipo Tarantino o Chan-Wook ) o emitiendo un discurso nihilista creíble acerca de la condición humana (como Fincher) . Son simple y llanamente, blockbusters de la hiperviolencia, y no molan por muy bien hechos que estén.
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